miércoles, 16 de febrero de 2011

Uma Cidade Maravilhosa


Lisboa

La imagen vívida de la alegre ciudad de Lisboa reluce repentinamente en mis pensamientos. Recuerdo perfectamente el Sol alumbrando cálidamente toda la ciudad, las personas caminando por las calles, los árboles movidos por el viento suave casi como bailando. Llevaba ya un rato caminando por el boulevard “Avenida da Liberdade” llena de verde vida. Los coches transitando rápidamente en los dos sentidos. La banqueta era de adoquín y hacía que mis pies de vez en cuando se tambalearan por el desnivel del suelo. Recuerdo pasar debajo de los andamios que estaban puestos por la remodelación del teatro São Jorge  con varios trabajadores construyendo y pintando.

Llegué al lugar de Rossio, que es una pequeña explanada blanca y reluciente en el centro de la ciudad con un monumento en el centro. Pequeñas tiendas y Cafés alrededor con turistas y locales disfrutando de ellos. Inesperadamente, vi unas gitanas pidiendo dinero a unos turistas que degustaban un buen café junto al lugar de Rossio cuando de pronto el mesero salió de prisa con un gesto de disgusto y les pidió a las gitanas que se retiraran. Éstas, al no hacer caso, fueron empujadas y corridas del lugar como un par de vagabundos limosneros. Continué mi armoniosa caminata bajo el radiante sol de verano.
Me dirigía hacia la Igreja do Carmo  y todavía escucho la musíca que ese día caluroso por esa iglesia tocaba. Era fado, la típica música de Portugal que todavía despertaba y animaba más a Lisboa como una joven ciudad con energía.
Llegando al Lugar de Camões, cerca del Bairro Alto, es donde conocí por primera vez al tren típico de Lisboa "o tramvia amarelo", que daba vueltas y tomaba diferentes direcciones en esa glorieta. Esa pequeña plaza es uno de mis lugares favoritos. Los azulejos negros en forma de barcos  y olas en el piso, la gente sentada alrededor del monumento a Camões, unos cuantos vendedores transitando en busca de clientes y junto a la plaza el famosísimo bar A Brasileira. En este bar hay una escultura de Fernando Pessõa que descansa sentado junto a la clientela. Y por la misma calle un camino directo al Bairro Alto.
Recuerdo perfectamente el calor que absorbía y emitía mi cuerpo por el Sol. Fui camino arriba hacia el Bairro Alto donde recae una parte del corazón de la ciudad. Mis pies cansados de tanta caminata pedían un descanso pero mi entusiasmo y deleitación de tan buen ambiente persistía en seguir recorriendo las calles. Decidí tomar una pausa para seguir el recorrido sin ningún rumbo en particular. Entré en una tienda como abarrotes que se sentía más fresca por dentro aunque estuviera angosta y amontonada por los productos que vendían. Igual vendían frutas y verduras que atraían a un par de moscas que rondeaban alrededor de la tienda. Me compre una cerveza Sagres  y me senté en la banqueta sombreada a descansar.
La cerveza estaba fría como un hielo en invierno y al darle el primer sorbo me llenó de alivio el cuerpo, el calor y la sed. La cerveza portuguesa era realmente buena. El Bairro Alto era tranquilo como un vecindario más local que turista lo cual me agradaba más. Las calles angostas de adoquín con los edificios a los lados con ropa colgada en los estrechos balcones que apenas si sobresalían.
Recorrí un rato el barrio y luego caminé para salir de él. Salí a una calle angosta pero transitada donde junto había una Iglesia. Seguí caminando calle arriba hasta llegar a un parque con una vista hermosa. La brisa de mar llegó instantáneamente a mi nariz. Cerré los ojos y respiré por un momento, me senté y luego pude admirar con serenidad la ciudad que relucía en frente de mí. Los techos de las construcciones rojos por las tejas y blancos en el cuerpo. Las puertas de madera, los azulejos reflejando por aquí y por allá. A lo lejos y alto el Castelo de São Jorge  con sus grandes barreras y paredes de piedra y los trenes amarillos transitando por toda la ciudad.


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